Cada vez que hago referencia a la dimensión neurofisiológica de las emociones, soy conciente de la extrañeza que provoca el tema. Basta imaginarnos en una situación de vergüenza, de temor o ira y conectarnos, por ejemplo, con reacciones incontrolables como ruborizarnos, sudar frío o levantar el tono de voz en dichas situaciones
Definitivamente, cuando una emoción se expresa en el cuerpo incomoda.
A pesar nuestro, evidencia la absurda creencia de controlarlo todo.
El grito, Edvard Munich, 1893 |
No casualmente, a pensar al ataque de pánico – una crisis de angustia generalizada – nos resulte más tolerable, en tanto lo vemos como una patología clara y clasificable en la cual el rol del médico y la prescripción de un fármaco tranquilizan a los afectados y a una sociedad que no tolera “no saber”
Definitivamente la angustia desconcierta.
Quizá por eso, el lenguaje cotidiano la asocie a la depresión, la tristeza, el miedo o cualquier otro estado que resulte más sencillo de explicar.
La angustia, quedo fuera del debate popular y parece ser sólo protagonista en las conferencias de los filósofos que se preguntan por la existencia humana o los psicoanalistas, para quienes es un tema central en el camino hacia la cura.
A diferencia de otras escuelas, el psicoanálisis considera que la angustia nos constituye, que es una guía y permite orientarnos en una búsqueda para conocer nuestra verdad y responsabilizarnos por eso.
Definitivamente reflexionar sobre la angustia es preguntarnos,
apoyándonos en el seminario de Lacan planteó el famoso Che vuoi?;
y soportar el camino incierto para construir una respuesta única y singular.